Hace unos días hablábamos sobre el emprendedor social, su visión acerca de las necesidades de la sociedad y la intención de este de modificar los procesos de producción, distribución y comercialización de manera que aquellas personas que menos valor capturaban en los modelos tradicionales fueran capaces de capturar más. Todo ello gracias a la capacidad de los propios emprendedores de crear valor mediante sus iniciativas. También dijimos que la creación de dicho valor se focalizaba en necesidades específicas del individuo y que al mismo tiempo surgían una serie de problemas tales como: la capacidad de que dicha iniciativa fuera replicable en otras localizaciones geográficas y su sostenibilidad a lo largo del tiempo. Pero por encima de todo destacaba un problema, en este caso ético a cerca de la “rectitud” de obtener beneficios con estas iniciativas sociales.
Autores como Sáez y Pareras hablan de tres tipos de proyectos en su libro “Capitalismo 2.0”: Sin ánimo de lucro, híbridos o con ánimo de lucro. Los autores se decantan por los híbridos, aquellos que reinvierten los beneficios obtenidos en el propio proyecto evitando la dependencia del mismo de donaciones y subsidios al mismo tiempo que aumentan la capacidad del proyecto de adquirir recursos, dotándolo así de mayor potencial de crecimiento, sostenibilidad e impacto social directo. Podríamos decir que los proyectos que son desarrollados bajo la forma híbrida solucionan casi en su totalidad el problema ético.
Lo que nos interesa de verdad es la forma en que el valor creado por estas iniciativas impacta de forma directa en los “mercados objetivo” de estos emprendedores. Si el fin último es el de crear valor de manera que estas personas sean integradas en el mapa económico globalizado, las iniciativas sociales deben centrarse en proveer a estas personas con los recursos necesarios y enseñarles a mantenerlos y desarrollarlos para ser capaces de innovar e incluso de adquirir determinadas ventajas competitivas en un futuro inmediato. Para alcanzar dicho fin es necesario el desarrollo de una serie de estrategias que permitan la viabilidad y sostenibilidad de los proyectos.
La conciencia de la sociedad a cerca de la responsabilidad social ha hecho que muchas multinacionales y administraciones públicas inviertan cada vez más en proyectos orientados a satisfacer no solo sus necesidades económicas sino también a tener un impacto positivo en la sociedad, acorde con sus necesidades más colectivas. Por tanto, los emprendedores sociales deben ver esto como una oportunidad para acceder a más recursos económicos o financieros.
El concepto de Orquestación Estratégica y T-Grande – introducidos por Alejandro Ruelas Gossi – parece estar pensado para este tipo de proyectos. Con ellos lo que se busca no es la innovación sobre el producto sino la innovación en todo aquello que le rodea (T grande) y la acumulación de recursos basada en una relación interesada entre las partes (Oquestación Estratégica). Puesto que el producto que se va a distribuir y comercializar en estos mercados no va a ser en ningún caso más sofisticado que aquel presente en sus principales mercados (por grado de sofisticación de los consumidores y las infraestructuras) la única alternativa para crear valor en estas regiones pasa por innovar en aquello que rodea al producto (ya que la mera presencia de dicho producto ya crea un “valor base” para estos colectivos), y más concretamente en la forma en que se distribuye.
En este modelo de orquestación el emprendedor social y su iniciativa actuarían como agente orquestador, asociándose con grandes empresas locales o multinacionales las cuales proporcionarían, en una primera fase, tanto el capital humano cualificado como el económico, al igual que los canales de distribución. En siguientes estadios del proyecto podríamos hablar de una simplificación de la cadena de producción (la cual muchas veces comienza en este tipo de países), diseñando una cadena más simplificada y con muchos menos costes siendo el producto obtenido de menor calidad pero manteniendo su funcionalidad (unas zapatillas simples sin innovaciones tecnológicas como la cámara de aire…) pudiendo ser comercializado en estas regiones. Con todo esto todos los agentes implicados se verían beneficiados: la multinacional mejoraría su imagen en términos de responsabilidad social y no vería dañados sus resultados anuales, el emprendedor social conseguiría la sostenibilidad y viabilidad del proyecto en el largo plazo y la creación de valor social directo, mientras que los más desfavorecidos desarrollarían una serie de habilidades y conocimientos necesarios para su integración económica. Un planteamiento estratégico parecido es el que sigue La Grameen Foundation mediante sus acuerdos con grandes multinacionales como por ejemplo Danone o Veolia Water donde abordan el problema nutricional, o con Adidas donde proporcionan calzado a aquellos que no pueden acceder a él. Recordemos que el fin de este tipo de asociaciones y alianzas es la viabilidad del proyecto, en primer lugar, y la maximización del valor creado a través del uso y desgaste mínimo de recursos, posteriormente.
Sin embargo estas iniciativas solo serán sostenibles si son reforzadas por otras, e incluso por los gobiernos e instituciones, tanto locales como internacionales, mediante subsidios, donaciones o herramientas económicas, financieras o fiscales que incentiven a las empresas implicadas a innovar tanto en diseño como en producción siendo cada vez más eficientes y competitivas. Creando poco a poco nuevos mercados e industrias y por consiguiente integrando a estos nuevos consumidores y proveedores en el marco económico global.
Álvaro